Coco

No tenía ganas de escribir esto. Alguna vez algún futbolista dijo que el del retiro es el día que todos saben que llega pero que ninguno está dispuesto a asumir. No me acuerdo quien fue, pero lo entiendo. Como periodista, esta sería la nota ideal para escribir: hay datos, fotos, estadísticas, curiosidades, semblanzas, perlitas, polémicas, títulos, idas y vueltas.

Pero yo ya no soy periodista. No habla por mi la versión de comunicador: escribo esto como hincha.

Cada vez que un poster se despega y se cae de la pared de una pieza -con la cinta opaca, doblada, llena de pelusas- se muere un poco de nuestra infancia. Para los que pisamos los treinta, sostener ídolos es, de alguna manera, aferrarnos desesperadamente a una última reserva de inocencia. ¿Qué nos queda de nosotros cuando nuestros ídolos no juegan más a la pelota?

¿Todos vieron Coco? La mayoría coincidiremos en que es una película hermosa, aunque deja expuesta una angustia: la mayoría de nosotros -de las siete mil millones de personas que coexisten en el mundo- está destinada al olvido. Algún buen día un descendiente desapegado quemará nuestras últimas fotos y ya no quedará demasiado registro de que algún día fuimos. Desapareceremos.

Gastón Nicolás Fernández es -será siempre- un jugador de fútbol, pero no uno cualquiera. Es uno de esos -lo dijo él- tocados por la varita que escribieron su nombre en los libros de historia. ¿Qué es la historia sino eso, un poster que ya nunca se despega? Tuve la suerte de verlo en mi club, en mi casa, la suya, de la que nunca pudo terminar de irse y a la que siempre estuvo volviendo.

Dentro de cien, doscientos, trescientos años, un Timossi hincha de Estudiantes que seguramente no sepa de mi ni de este texto caminará por el Country, verá alguna estatua y le explicará al hijo que lleve sobre la espalda: “este de acá es la Gata Fernández, usaba la diez: dicen que jugaba en puntas de pie, que enganchaba como nadie dentro de una baldosa y que aparecía siempre cuando las papas quemaban. Ganó dos títulos con Estudiantes, cinco clásicos y metió un gol en la final la noche de la cuarta Copa…”.

El pibe asentirá maravillado, en silencio.

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