Maradona

A Diego Armando Maradona hay gente que lo ama y hay gente que lo odia. Sí estás leyendo esto hoy, acá, a esta hora, estás posicionado de uno de los dos lados de la moneda. Con Maradona es imposible ser indiferente.

Diego Armando Maradona fue un genial jugador de fútbol, pero también fue -es- mucho más que eso. Diego es el sueño cumplido de todos a los que les prohibieron tener sueños, el megáfono de los que nunca tuvieron voz, el reflejo de todos nuestros defectos.

Diego Armando Maradona es un espiral de contradicciones que se suceden, de trompadas contra fantasmas, de vocales que se estiran. Diego Armando Maradona es un adicto, un mujeriego, un violento, un mal padre, quizá hasta un pederasta.

Nadie intentará eximirlo jamás de las culpas de las que está sujeto. Nadie saldrá jamás a ser testigo de su inocencia ni clamará por ella.

Diego Armando Maradona es un pobre que se hizo rico y es un rico que nunca dejará de ser pobre. Diego Armando Maradona es el rey, el D10s, el dueño del Mundo, pero jamás podrá dar dos pasos sintiéndose en libertad.

A Diego Armando Maradona se lo odia por la suma de todos sus defectos, por sus errores no forzados, por su naturaleza exageradamente imperfecta, por la exposición sin censuras ni tapujos de su costado más terrenal.

Pero a Diego Armando Maradona, talentoso cebollita, mago de la zurda, delegado de las causas nobles, no se lo ama por ser Diego Armando Maradona. Se lo ama a pesar de.

Porque Diego Armando Maradona, como dice una canción, llenó de alegría un pueblo -y su extensión itálica- que pensaba que nunca iba a ser feliz. ¿Cuántas lágrimas -caídas, nuevas, futuras- llevan el sello de su botín? ¿Cuántos abrazos germinó, cuántas familias unió su conquista en el verano mexicano? Como dice otra canción, quizá todavía mejor, ya más nadie iba manguearle milagros a San Genaro… porque entrabas a jugar.

A Diego Armando Maradona se lo odia por lo que hace con su vida, pero se lo ama por lo que hizo con la vida de los demás. Es sencillo de escribir y muy difícil de comprender. Su andar chueco y los rulos que ya no existen comprenden la materialización de la felicidad: hubo un día, hace muchos años, en el que todos fueron -fuimos- felices. No hubo grieta, no existieron urnas: el país fue un puño apretado gritando por Argentina.

En Nápoli, república donde Diego es vigente monarca, alguien se acercó al cementerio después del primer título del Calcio y paradójicamente -en ese lugar- logró inmortalizar un pasacalle que todavía hoy es una plaqueta: E non sanno che se so´perso. Ellos no saben lo que se perdieron.

Sí tratamos de entender a Diego Armando Maradona, creo que no hay mejor explicación que esa.

Un comentario Agrega el tuyo

Deja un comentario